«Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, cómo si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa»
Karl Marx.
Las feministas que de Ola en Ola construyen su propia historia no lo hacen a su antojo, antes bien, necesitan hacer desaparecer de la historia a las locas, las no blancas, las pobres, las migrantes, las obreras, las discas, las histéricas, marxistas, antifascistas y anarquistas. Para crear la hegemonía cultural del feminismo no es necesario un mayoría, basta con formar parte y esencia del liderazgo intelectual y moral de una sociedad; ocupar un lugar privilegiado desde el cual reconducir la praxis feminista. De ahí que no es casual que las Olas del feminismo se hayan caracterizado principalmente por movimientos de mujeres burguesas, pequeñoburguesas y blancas; mujeres de la alta sociedad; intelectuales de élite; políticas de alta alcurnia; mujeres en definitiva, más ávidas de poder y reconocimiento propio que de un afán por la emancipación de todas las mujeres. Así se presentaron antaño, así se presentan hoy día: La tragedia de ayer se presenta como la farsa de hoy. Pero cómo es posible conseguir imponer la hegemonía feminista, ¿Cómo logran las feministas burguesas conservar el poder e instaurar el feminismo hegemónico? El feminismo burgués de hoy día crea su enunciado en los cimientos de la tragedia de ayer y lo lanzan como farsa in your face.
Son necesarios dos ingredientes básicos para lograr mantener el status quo del feminismo burgués. El primero reside en el éxito de la represión a los movimientos subversivos de mujeres que, históricamente, han atentado contra los cimientos del sistema patriarcapitalista. Esto es, el movimiento de aquellas que lucharon por la abolición de un orden social altamente normativo y opresivo y contra un sistema económico de explotación que las sumía a condiciones materiales y vitales infrahumanas. El segundo ingrediente esencial reside en la necesidad de dirigirse a la sociedad en su conjunto; tomada como público «inocente», valdría decir «ignorante»; un público que asuma los enunciados sin cuestionar ni contrastar, sin polemizar ni problematizar los postulados. Un público despreocupado y desinteresado por saber y conocer el origen de tal enunciado, el contexto histórico del que se desprende, las raíces en las que se fundamenta y aquellos otros enunciados que confrontan la idea con igual certeza que su oponente. Así, el discurso hegemónico construye un imaginario colectivo que todas repetimos como loros asumiendo un lugar en el mundo políticamente vacío. Ojo, cuando hablamos de un público ignorante no nos referimos a una desertora de la educación obligatoria, ni mucho menos; la platea que aplaude al feminismo burgués está repleta de universitarias con tesis, tesinas, doctorados, máster y todo el requerimiento de las políticas universitarias. La hegemonía consigue mermar la capacidad crítica al tiempo que produce y recrea la platea feminista para el mantenimiento de su Poder.
Empezar con el enunciado de Marx de su Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte más allá de la analogía de su tragedia y de su farsa, y a la que volveremos más de una vez, tiene igual sentido en la totalidad de su relato. Explayemos: En el Dieciocho Brumario Marx nos relata, a modo de crónica, los sucesos de la revolución social de 1848 y de cómo Luis Bonaparte -siendo la farsa de la tragedia de su tío- acaba finalmente con la revolución. El título de la obra hace referencia al golpe de Estado de 1799 orquestado por Napoleón I Bonaparte -el tío-. Para Marx, como para los revolucionarios y revolucionarias de su época, pero principalmente de la época anterior -Jacobinos, Montañeses, Girondinos, etcétera- Napoleón fue un contrarevolucionario, que no solo dio un golpe de estado terminando con la I República; ni el artífice principal del primer imperio colonial francés, sino que además, y esto sería para nosotras de suma importancia; asentó las bases para la ideología reaccionaria de la modernidad. Su política y su forma de gobernar -del realismo más intransigente-, pasará a integrarse conceptualmente en la extrema derecha a lo largo de todo el siglo XIX, convertido ya entrado el siglo XX en el fascismo que conocemos. Después de la derrota de la revolución de 1848, la burguesía, triunfante en toda Europa, dejará de ser revolucionaria para pasar a ser la clase dominante, temerosa de la revolución social y de su clan el proletariade. El apelativo reaccionario se identificará desde entonces con los posicionamientos conservadores o derechistas.
Los principios de la revolución social se vieron frustrados en 1848, en 18711, en 18862, en 19103, en 1919+, en 19364, en 19685, en 19776 y en 20127, entre tantas otras fechas.
Sigamos: Recordada por los ilustres como una época de paz -«tiempos felices»- la Belle Époque fue el periodo histórico que abarcó desde el final de la guerra franco-prusiana8, hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial, dando lugar a un nuevo orden social donde el capitalismo y el Estado se instalaban definitivamente. La aristocracia había perdido su influencia política y la burguesía ocupaba ahora su lugar: el comercio, la industria, la banca, la política y las profesiones liberales de la burguesía conformaban la nueva élite. Para finales del siglo XIX los países europeos habían colonizado poco menos que la totalidad del mundo. En la carrera imperialista Inglaterra estaba a la cabeza con su imperio continuum en África, una cadena de colonias que abarcaban desde el Delta del Nilo hasta Cabo de Nueva Esperanza en Sudáfrica, así como colonias en Asia y Oceanía. Entre el primer y segundo imperio colonial francés, La III República francesa, se vanagloriaba de tener colonias en los continentes de América, Asia y África y en Medio Oriente y el pacífico. El tercero a la carrera era el nuevo Imperio Alemán. El imperio español conservaba aún tierras en América, África y Asia. Los imperios coloniales junto a la segunda revolución industrial condujeron a una transformación acelerada de la sociedad capitalista. Las grandes ciudades europeas crecían y se acomodaban a costa del expolio, la división internacional del trabajo y la esclavitud9.
La Belle Époque era el reflejo de una sociedad ambiciosa que buscaba el «porvenir», el «avance» y el «progreso» de la CIVILIZACIÓN, pero en lo que a los derecho formales se refiere, las mujeres blancas pequeño-burguesas10- seguían subordinadas a nociones arcaicas que no las reconocía como sujeto de derecho, estaban más bien sujetas a sus maridos. Esta última idea es para las feministas de la burguesía de hoy el enunciado incuestionable de los principios históricos del feminismo. Ante tal enunciado la platea feminista, desde las más demócratas e incluso hasta las más radicales, aplaudimos y reproducimos la idea con el desparpajo propio de la despreocupación. Y se manifiesta tanto en conversaciones informales como en escritos formales algo así como:
Tras la Revolución Francesa, la instauración del Código Napoleónico relegó a las mujeres a una minoría de edad, restringiendo al mínimo sus derechos -y suele agregar alarmada: Pese y todo a haber participado en la revolución...11
Esta mirada burguesa del feminismo hegemónico niega por completo los hechos
contrarrevolucionarios y reaccionarios de la política Napoleónica, que lejos de representar los valores de la revolución -una revolución burguesa por otra parte- los terminó por ahogar restaurando la monarquía. La política Napoleónica, y su consecuente Código Napoleónico del cual el feminismo burgués señala como el responsable del sometimiento de las mujeres a los hombres, no es más que la guinda del pastel de un proceso que comenzó con el capitalismo temprano. No es tan difícil rastrear el hilo que inventa la farsa del feminismo hegemónico. En el periodo previo, valdría decirse al estallido de la 4ª Ola, acá en el Estado Español, el libro de Nuria Varela «Feminismo para Principiantes» refiere tal enunciado sin despeinarse: «Con el Código de Napoleón —explica Amelia Valcárcel—, la minoría de edad perpetua de las mujeres quedaba consagrada» El principal problema da cuenta de la poca profundidad de análisis de la autora y unas súper ventas que apenas ha tenido oposición alguna. Seguimos la pista de Amelia Valcárcel, una filósofa feminista burguesa de talla intelectual mucho más elevada que la anterior. El enunciado lo hace en una revista científica, de esas infinita del requerimiento universitario, que lleva por título «Serie. Mujer y Desarrollo» y su artículo por nombre «La memoria colectiva y los relatos de las feministas». Por su puesto la memoria colectiva a la que refiere es la memoria limitada de la clase alta, ni rastro del proletariade. Por lo menos ella, aunque de manera sibilina, llama las cosas por su nombre:
«Pasado el momento revolucionario, realizar la nueva legislación civil y penal napoleónica e institucionalizar el modelo educativo curricular burgués fueron sus dos grandes tramos [...] Conocemos por el nombre genérico de codificaciones napoleónicas aquellas nuevas formas de derecho positivo que sustituyeron al antiguo orden del derecho parcial de castas, oficios y estamentos. El derecho tomó la universalidad por patrón y por modelo al derecho romano [... las mujeres] eran consideradas hijas o madres en poder de sus padres, esposos e incluso hijos. No tenían derecho a administrar su propiedad, fijar o abandonar su domicilio, ejercer la patria potestad, mantener una profesión o emplearse sin permiso, rechazar a su padre o marido violentos. La obediencia, el respeto, la abnegación y el sacrificio quedaban fijados como sus virtudes obligatorias. El nuevo derecho penal fijó para ellas delitos específicos que, como el adulterio y el aborto, consagraban que sus cuerpos no les pertenecían. A todo efecto ninguna mujer era dueña de sí misma, todas carecían de lo que la ciudadanía aseguraba, la libertad».
Esta filósofa, que impone el análisis dentro del marco ilustrado, valdría decir el marco hegemónico, omite, quizás por desconocimiento, que durante la baja edad media y por medio de la inquisición, lo cuerpos -principalmente de las mujeres- fueron sometidos a una de las mayores cruzadas de la historia en Europa. La sociedad cristiana occidental vinculó desde los orígenes de su discurso la sexualidad al pecado. La pureza de las mujeres, el conocimiento de sus cuerpos, el aborto, el infanticidio como forma de supervivencia de la especie, y la herejía como práctica política oponible al cristianismo, fueron las principales causas para el exterminio y posterior disciplinamiento de la Mujer en la nueva era capitalista. Esta nueva configuración social se formularía definitivamente con la
instauración del Estado Nación de quien sin duda alguna Napoleón fue uno de los principales artífices. El hecho de que esta filósofa señale que «El nuevo derecho penal fijó para ellas delitos específicos que, como el adulterio y el aborto, consagraban que sus cuerpos no les pertenecían» niega en rotundo una cruzada contra las mujeres de más de tres siglos y que tenía como principal objetivo, en palabras de la feminista materialista Silvia Federici:
«1- El desarrollo de una nueva división sexual del trabajo que somete el trabajo femenino y la función reproductiva de las mujeres a la reproducción de la fuerza de trabajo.12 [De ahí que el aborto sea junto al control de natalidad una cuestión clave para los Estados].
2- La construcción de un nuevo orden patriarcal, basado en la exclusión de las mujeres del trabajo asalariado y su subordinación a los hombres.13 [De ahí la prohibición de mantener una profesión o emplearse sin permiso tenga como principal objetivo ocuparnos en el embarazo-parto cuantas más veces mejor].
3- La mecanización del cuerpo proletario y su transformación, en el caso de las mujeres, en una máquina de producción de nuevos trabajadores.14 [De ahí que el reconocimiento pasase por su pertenencia como esposas, madres o hijas]».
Así mismo es como poco notable terminar el párrafo con la frase magistral: A todo efecto ninguna mujer era dueña de sí misma, todas carecían de lo que la ciudadanía aseguraba, la libertad. Pensemos un poco, ¿libertad, seguido de ciudadanía? El proletariade, y cuando hablamos de proletariade nos estamos refiriendo al casi total de la población sin distinción de sexo, edad, etnicidad, racialidad; claudicaba como clase al trabajo para la revolución industrial. Trabajo asalariado, trabajo, tripalium, tripalliare, tortura, tormento. Si bien el proletariade medieval resistió con saña no pudo finalmente imponerse. El cercado de tierras y la expropiación obligó a mucha gente a migrar a los centros urbanos, la vida que anteriormente se desarrollaba para la subsistencia se sometía lentamente al trabajo productivo.15 Las primeras personas en luchar contra este sometimiento fueron los así llamados Luditas. Las leyes creadas y luego impuestas para encerrar al nuevo proletariade en los talleres de telares, supuso igualmente la creación de un cuerpo policial con el fin de garantizar el desarrollo de la producción capitalista. Efectivamente, la libertad no es para todes la misma, la inmensa mayoría estaba, y seguimos estando, esclavizada al trabajo. Mujeres, hombres, niños y ancianos, el proletariade en su conjunto no gozaba de ninguna de esas libertades burguesas de las que habla la señora Valcárcel. Y sin lugar a dudas las mujeres pobres, locas, putas, no blancas, discas, trans, somos las principales damnificadas de la ecuación.
Y así es como se construye la hegemonía, imponiendo primero un marco de lectura y análisis -en este y en otros, para la construcción de la modernidad, el marco parte de la ilustración con los postulados contractualistas- y omitiendo las luchas de aquellas que pronto se distanciaron de las que luchaban por unos intereses que no compartían. Al pensamiento ilustrado se le opuso el pensamiento utopista, de esta guisa y a lo largo del siglo XIX aparecieron las proletarias sansimonianas, Flora Tristán, las Gaditanas españolas, Guillermina Rojas y Orgis, las anarquistas de La Commune, Louise Michel y una larga ristra de mujeres luchadoras, oradoras, escritoras y trabajadoras aplacadas por el deslumbre que provoca el relato de la ilustración. Dirán que Flora Tristán aparece en el libro de Nuria Varela, sí, también menciona a Emma Goldman. Preguntémonos ahora cuáles eran los postulados principales de estas mujeres; preguntémonos cuál era el contexto en el que desarrollaron su lucha y el por qué luchaban; preguntémonos cuántos libros hemos leído de ellas, no sobre ellas sino lo que ellas proclamaron, preguntémonos cuánto de su pensamiento está en otras mujeres y luchas de hoy, preguntémonos y seamos realmente sinceras ¿eran esta mujeres feministas?
Notas:
1 Comuna de París
2 La guerra de clases en EEUU Haymarket
3 La revolución Mexicana
4 La Guerra civil española
5 El mayo Francés
6 La lucha autónoma Italiana
7 Primavera Árabe
8 El punto final definitivo de la guerra franco-prusiana se puso en la masacre de la Commune de París. La persecución incesante de su ideario y la desmemoria, dejaron un escenario desolador donde solo cabría esperar una política progresista, frente a los igualmente en crecimiento conservadores y liberales de La Belle Époque.
9 Aunque formalmente la esclavitud se considera abolida, hoy día sigue siendo una realidad.
10 Por supuesto las proletarias, pobres blancas y no blancas también, pero este no era ni mucho menos una preocupación principal.
11 De la Revolución Francesa de 1789.
12 Federici, Silvia «Calibán y La Bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria», Ed. Traficantes de Sueños, 2010.
13 idem
14 idem
15 Primeramente en Inglaterra para extenderse rápidamente en noroccidente e imponerse a golpe de colonización al resto del mundo.
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